miércoles, 24 de noviembre de 2010

La paz

Bajo un dulce manto de ardor, está ella. Sus labios carmesí estaban húmedos y encendidos en una cría sonrisa. La espuma tibia de su boca embellecía la noche, mientras su cuerpo danzaba entre los árboles y su mente revoloteaba trenzada a las estrellas. Sus ojos miel entre abiertos giraban en busca de nuevos planos y novicias figuras. Bajo una túnica seductora y regada en fervor, se mostró única ante la misma naturaleza. Mostrando su esencia en cuerpo y vida, germinando la misma atracción entre los seres epicúreos. Distintos colores, música y bailes lujuriosos. Y ella seguía bailando, equilibrando sus serenos movimientos con los plácidos compases que insaciablemente sonaban, en cualquier parte para su manso espíritu. Relajando presiones y así, distendiendo inquietudes. Creaba universos donde la calma reinaba, y la armonía oceánica gobernaba el alma. Enseñaba que todo existe y permanece si el ánima realmente lo anhela, que la materia y las sensaciones persisten y duran frente a cualquier tormenta, si la mente realmente lo desea.
La envidian, la quieren, la desean, pero inevitable la necesitan. Aún así jamás se esconde, jamás desaparece. Al pasar los años, se convirtió es la escultura más requerida, en el efecto más escaso y más solicitado. Nunca se niega, ni disimula, ni se contiene. Extiende sus brazos, y alza su mirada que tan angelical, cautiva y atrae a quien pase cerca suyo. Sin embargo, la gran mayoría no tiene el valor de adueñarse de ella. Será su tierna sonrisa, su cabello largo y su cintura diminuta. Será su delicado y endulzado rostro, su cuerpo voluptuoso o su baile tan sugestivo e incitador.
A pesar de los temporales, nunca presenciaras su ausencia por aquel bosque, donde bailará eternamente esperando a una gigante humanidad que por cobardía, jamás se atreverá a apropiarse de ella. 

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