martes, 28 de diciembre de 2010

Flor de loto

Era como un brote sereno, con una voz afilada y una mirada intensa. No existía para mí imagen más inmaculada que observar su concentración al escribir canciones y la profundidad en sus gestos al interpretarlas. Era una flor de loto entre empedrados, con ideas infinitas y sentencias inagotables.
Aún lo recuerdo sentado entre la hierba, tocando su guitarra y con los ojos perdidos, improvisando armonías y letras mientras el rayo del sol tendía en su rostro. Siempre acompañado de un carácter retraído, sólo acarreando unas pocas palabras, quién sabría si las necesarias. Como si su naturaleza fuera contagiosa, enseguida mi orgullo fue cohibido y aspiraba sólo a presenciar el momento.
- Cuando escribís, ¿qué te imaginas? – pregunté, sin la confianza ser muy holgada hasta el momento.
- Son sensaciones que… te vienen a la cabeza y necesitan ser dichas –  me dijo, haciendo pausas.
Fue como si mi firmeza y rigidez se hayan esfumado en la misma paz. Muy de vez en cuando su mirada se dirigía a mí; yo era un simple condimento de su instante, un adorno de su coyuntura. Notable era la forma en que su ingenio revoloteaba en la misma órbita, trotaba siempre en la misma parábola. Sus letras eran frases muchas veces ilógicas, embrolladas, pero así y todo, decían mucho. Me era inevitable germinar una pequeña sonrisa al escucharlo cantar, con su voz estridente y vaga. Observar su estado de sosiego y quietud permanente, que de forma simple o compleja tenía algo para anunciar.
Una luz, un destello, un centelleo que claramente no estaba en sus propósitos pertenecer al sistema, a la estructura, a la orientación, a los planes. Una claridad, una paz de la que estaba enamorada.    

martes, 21 de diciembre de 2010

Sin fin I

“¿Estás desocupado? ¿Podes venir ahora? Por favor…” Mensajes que gritaban en su celular, cada noche en la que me sentía vana y desierta. Aún con el maquillaje del espectáculo precedente y el brazo cansado de firmar autógrafos. La fortuna de mi rostro era desmedida, y mi sonrisa podía inducir a quién pasase delante mío. Mi carácter popular era desmesurado, sin embargo al abrir la puerta de mi apartamento, el brillo en mis facciones se borraba por completo. Habían pasado ya cinco años de no dejar de necesitarlo, mas nunca quise reconocerlo ni mucho menos revelárselo. Siempre estuve convencida de que en el fondo mis actitudes eran traslúcidas, que sólo él las podía pronosticar y ni hablar si estaba avezado de lo que realmente me pasaba. Si era mi ingratitud, codicia o egocentrismo, no sabría detallarlo. Nunca me había animado a quererlo en público, por más que en mi interior lo amaba más a que a nada en el mundo. Mi orgullo era tal, que mi vida giraba en torno a personas adineradas, un apartamento caro, muchas horas de trabajo y espectadores adolescentes aplaudiendo escena por escena. Dieciocho años, un novio perfecto y un auto envidiable. Era todo tan superficial, que ni mi propia naturaleza descifraba mi idiosincrasia.
“¿Dónde estás? Quiero verte” escribían mis dedos por inercia. Él siempre decía que yo era una especie de antitesis, y que mis contrariedades siempre lo habían lastimado. Aunque ello si podía admitírselo, me era inevitable seguir comportándome como lo hacía hace años, de manera precoz y adelantada, como si no tuviera ganas de analizar las consecuencias.
- Hace cinco años que me haces esto. ¿Cuándo me vas a dejar de desorientar? Sos grande, ya pasaron demasiadas cosas como para seguir así… ¿No te hace mal a vos, no? – Era lo primero que él pronunciaba cada vez que lo veía y que yo respondía sólo con abrazos. Como si fuéramos grandes amigos de secundaria, nos sentábamos en la cama y, mientras comíamos lo que le había hecho para cenar, mirábamos alguna película. Las conversaciones siempre terminaban en viejos recuerdos y promesas distantes, y por más que nos dañaba un poco el pensamiento venidero, nos encantaba hacerlo. Reírnos aún de las mismas menudencias, sentir el mismo hormigueo con sólo darle la mano. Era tan patético, tan inocente, tan puro (...) 

viernes, 17 de diciembre de 2010

Orgullo y debilidad, mirándose con hambre

Cuesta tanto desaferrarse de la tierra corpórea... Es tan triste que no pueda desprenderme del tan cutáneo pensamiento, estorbando el pudor y la poca inocencia que aún queda en mí. Es triste que mi soberbia no me permita amarte, ínfulas que van disolviendo mi holgura entre las fatuidades. Un orgullo que se sentiría humillado al gritarte que te ama, te llora y te necesita. Una cobardía dramática, que contusiona mi franqueza. Un universo materialista que te denigra y un espíritu que muere deshonrándote. Y finalmente mi ser, amándote.    

martes, 14 de diciembre de 2010

Amor liado

12-12-2010


No es por menospreciarte, no. No busco desairar tus palabras, que aún hoy tienen gravedad para mis designios. Pero es que me es tan difícil explicarte que no pertenezco a tus fantasías exactas. Te amo de la misma forma en que me amas a mí, de manera inocente e inocua. Un amor absuelto y exculpado. No es por subestimarte, si hoy tus pensamientos tienen prestigio y magnitud en lo más esencial de mi ser. No procuro relegarte, es que no puedo agraciar tus propósitos. No sirvo para dispensar tu destino, no quiero desfigurar tu rumbo, tu camino. Entiendo de qué hablas, lo he experimentado. Es que… nadie nunca pudo darme la holgura de residir en tus destrezas, tus habilidades de representar lo inimaginable, tu aptitud para personificar utopías. Eras un intérprete de los más surrealistas espejismos, lo que hasta hoy me encarcela en tu genio, tu estilo. Aún te pienso, y me divierto proyectando tus reacciones, figurando tus expresiones. Yo también te amo, mi amor. Como nunca nadie te amó, por lo menos en esta vida. Pero dejame repetirte, que no podrías con mi carácter versátil y mi espíritu inseguro. Mis aturdimientos te fastidiarían, mis revueltas te harían impaciente. Estaríamos siempre fértiles de deseo y prósperos de lujuria, pero lastimados de incoherencia. Rasguñados de las contradicciones, casi al borde de la locura. ¡Es que te amo tanto tanto! Pero no quiero someterte a mi alma dispersa y absurda, a mi memoria discordante.  Perdón, mi amor.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Soledad

Una vez más, la luz del sol estimulaba mi desvelo como pidiéndome a gritos que me despertase. Hacía varios días que la tempestad se había apoderado de la atmósfera, pero hoy claramente nacía un día dispar. Fue una excusa razonable para escapar de la angustia que hacía mucho tiempo venía apropiándose de mi entereza, arrebatándome el poder de decisión y haciendo florecer la incertidumbre que dormía en mi espíritu. Hoy claramente iba a salir con otra firmeza, otro ímpetu. Por lo que después de refregarme los ojos, me di un cálido baño y me dirigí al guardarropa. Noté que sólo me quedaban prendas de color negro, pero en su momento no me importó. Me acomodé en un vestido negro hasta las rodillas, me maquillé y hasta me perfumé. Ansiaba huir de la aflicción de la que formaba parte hace tanto tiempo; finalmente me había decidido a emigrar hacia otra especie.
Al caminar las primeras calles, sentía extraño hasta el sonido de los tacos al pisar el pavimento. Sentía ajeno el ruido de las aves, las voces de los niños, las bocinas de los autos. Aún así, mantenía mi sonrisa de oreja a oreja adonde quiera que vaya. En el trayecto, noté como una joven que venía en dirección contraria, no camuflaba su interés en mí, si no que no me quitaba la mirada de encima. Comencé a sentirme incómoda, por lo que respondí mirándola fijamente también. Cuando faltaban unos metros para toparnos, la joven frenó. Sus pupilas se dilataron de forma aterradora, y sus ojos comenzaron a humedecerse sin haber parpadeado siquiera una vez. Me encontraba un tanto perdida y me había puesto nerviosa, sentía deseos de consolarla. Cuando estaba a punto de dejar caer la primera lágrima, bajó la mirada y siguió caminando como si nunca hubiera notado mi presencia. No había deducido el hecho, no lograba interpretar alguna de sus reacciones, pero no quise darle mucha importancia. Alcé la mirada al cielo, y nuevamente una nube gris se aproximaba lentamente. Por lo que emprendí viaje caminando más rápido. No quería abandonar.
Deambulando esta vez hacia el parque, pude contemplar un grupo de niños jugando inocuamente entre ellos y sus respectivos padres compartiendo sus clásicas charlas. Era sin duda un paisaje, una imagen para fotografiar. Llamó mi atención un señor, que sentado debajo de un árbol, miraba al cielo sin disturbios con un cuaderno en sus manos. Decidí acercarme, y como no notaba mi existencia, opté por apoyar mi mano sobre la suya. Aún habiendo bajado la mirada, me ignoraba. Sus expresiones daban a qué pensar, pero claramente me rechazaba, me desoía. Buscó su lapicera con desesperación, y comenzó a escribir desaforadamente. Intentó aguantarse el llanto, pero pasados unos segundos, sus lágrimas caían en las hojas como diluvios. No sabía como reanudar la situación, no entendía el motivo de su angustia y mi impotencia crecía frenéticamente. El hombre arrancó la hoja, la abolló, y la tiró al piso. Se levantó, y salió corriendo como queriendo escapar de algo. Comencé a llorar yo también, y todo se había vuelto lóbrego otra vez. El tiempo, el espacio, mi cuerpo, y mi alma. Abrí el papel que había tirado el hombre, y lo leí con la voz quebrada para mí misma:
“Odio cuando te presentas en mi vida. Haces impenetrable mi esencia, renegrido mi espíritu. Me lastimas, me haces sentir exiguo y mediocre. Rasguñas mi progreso y hundes mis planes. Cuando logro escapar, me buscas, y me ahogas. ¿Cuándo dejarás de estorbarme? No te das cuenta, que la vida misma y tu alma, no nacieron para convivir en un mismo espacio. Soledad”. 

martes, 7 de diciembre de 2010

Superficial

  • Entre discos bronceados, mis labios caóticos y sustancias equívocas por qué no, te enseñaré propensión. Quizá no tenga un pelo de seducción, pero si la capacidad de hacerte entrar en razón. Nos hundimos entre las sábanas y comenzamos a ser una misma persona. Ni un poco de elegancia, pero toda la atracción, claro. Nos gana la tentación. Aclaración: malditas adicciones. Dejarás de ser alevoso, para amarme. ¿Y amarte? No lo creo. Sólo quiero que tu mente errónea aterrice en la verdadera tendencia y cierres el telón de tu obra sin sentido. Despertaré aquellos encantos que dormían en mis deseos, y haré que me saborees. Y aún peor, que te guste. Te haré encajar por fin en el leal interés y en el aprecio puro y seguro. Tus trucos serán descubiertos y no tendrás a nadie que te aclame. 

Rendida

Estaba antes tan cómoda en mis fábulas, y hoy tan extasiada de certeza. Antes tan ahogada en la ficción y hoy tan absorta de evidencia. Y caeré, me levantaré, me tropezaré y cometeré los mismos errores que la gran secta de idiotas que antes criticaba.

Independencia

-          ¿Qué corre por esa cabeza? – pregunté.
-          No me gusta que me veas así. Perdón – contestó.
-          Pero… necesito saber qué te pasa –
“Le tengo miedo a tu libertad”, respondió.
-          Tu manera de odiar la dependencia a los hábitos, a las personas, a las rutinas, a la subordinación de pensamientos, todo esas cosas que conspiran y maquinan el intelecto y enredan la razón, convenciéndonos de que “necesitamos de” para poder vivir. Miedo a tu pensamiento liberal. Miedo a que no me necesites… más -  se explicó.
-          Por eso te cuesta tanto vivir, porque todavía no deducís ni entendes el prestigio y la magnitud del ahora, aunque tengas con qué. Tratá de que la experiencia influya sin estorbar tu espacio, tu nueva oportunidad, tu instante. Porque a fin de cuentas, es exclusivamente tuyo. Estás ahora, acá… conmigo –
-          ¿Y mañana? ¿Te vas a ir? –
-          No sé. ¿Qué importa? –