miércoles, 24 de noviembre de 2010

ARTE

Me miraste con ojos confiados a la luz del sol, en frente de un gran cuadro blanco que perseveraba tu inventiva. Buscabas inspiración en mí, pero yo sólo podía distinguirte y mirarte con efervescencia. Después de una sonrisa, volcaste tu creatividad en la atmósfera y volviste empíreo al momento. Quise incitarte a pintar, cuando me insinuaste que el arte iba más allá de que lo que se podía estampar en un papel.
Con maestría y destreza, maquillaste nuestras creencias plasmando una imagen repleta de premoniciones. Dibujaste huellas indelebles, sin dejar atrás tus retoques estéticos y exquisitos. Pusiste un sombreado distinto a cada evocación y mezclaste tonalidades en cada noción.
Noté como tu rostro estaba concentrado y dentro de la pintura. Creaste luminosidad donde yacía un lúgubre negro atribulado. Contorneaste la ternura y el dolor, por debajo de pigmentos y gamas de pasión.
Una vez construido el amor, te encargaste de adicionarle agudos y graves, armonías y ruidos. Lo volviste una enorme canción con claves opuestas y sonidos contradictorios. Llenaste de cromatismos las lagunas cóncavas y asociaste escalas de erotismo.
Cuando creí que terminabas, perfilaste matices diferentes en cada uno de los sentidos y los exploraste al máximo con cada parte de mi cuerpo. Rectificaste mi miedo a la decisión en cuestión de segundos, y combinaste mis planos dejándome encandilada. 

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